P. Luis Alarcón Escárate
Párroco San José-La Merced de Curicó
Vicario Episcopal de Curicó – Pastoral Social
Capellán CFT-IP Santo Tomás de Curicó
Dios dirigió su palabra a Juan Bautista, el hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Éste comenzó a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. La gente le preguntaba: <<¿Qué debemos hacer entonces?>>. Él les respondió: <<El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene y el que tenga qué comer, haga otro tanto>>. Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: <<Maestro, ¿qué debemos hacer?>>. Él les respondió: <<No exijan más de lo estipulado>>. A su vez, unos soldados le preguntaron: <<Y nosotros, ¿qué debemos hacer?>>. Juan les respondió: <<No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo>>. Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomo la palabra y les dijo a todos; <<Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible>>. Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia (Lucas 3, 2-3. 10-19).
Juan Bautista estaba en el desierto, se había alejado de todo el ruido del mundo; no lo hace para desentenderse de él, sino para poder comprenderlo mejor como lo hacen los monjes contemplativos. También para comprender su propia vida y misión, ya que su nacimiento a partir de una intervención misteriosa del mismísimo Dios algo tenía que decirle a su propia existencia. Son muchas las personas que buscan el silencio para comprender su propio tiempo y su propia vida, de hecho, vemos en nuestras comunidades urbanas y rurales que son muchos los que vuelven de las grandes urbes para hacer su vida en la tranquilidad del campo o de las ciudades más pequeñas.
Durante adviento nos preguntamos acerca de lo que se debe hacer para estar en sintonía con esa paz que anhelamos y que implica una nueva forma de enfrentarla. La conversión que Juan nos propone está en la línea de actitudes nuevas que van haciendo novedosa la manera de enfrentar la vida del Reino de Dios.
Juan el Bautista, cuando orienta a los que le preguntan, no les agrega ritos ni fórmulas religiosas a su manera de vivir. Hemos conocido a multitud de personas que nos enseñan cosas que complican más que ayudar a la vida. Cuánta gente vive apegada a supersticiones como bajarse por un lado de la cama, siempre subir una escala con el pie derecho primero, y religiones que tienen sofisticados ritos para comunicarse con la divinidad, incluso los que siguen al demonio y que tienen prácticas tan difíciles que seguramente nunca han podido comunicarse con su ídolo.
La vida que nos trae el Mesías y es anunciada por Juan es hacer las propias actividades, pero bien hechas, con cariño. El secreto es amar tu trabajo y eso lo recibirán los demás como una fuerza que mejora el mundo en el cual vivimos. El solo nombre de Jesús purifica los corazones, calma las tormentas, ahuyenta los miedos, sin inventar nada extraordinario, solo recordamos su gesto de entregar la vida en el pan y el vino. Lo demás es buen vivir, es compartir con asombro lo que un don le hace a la vida de una persona: ver salir una silla de un pedazo de madera, un edificio de un montón de tierra, una canción de unas palabras y sonidos bien alineados.
Convertirse implica una nueva mirada y liberación de todo lo que me tapaba la vista, para conocer a ese Dios que viene a mí.
Tercer domingo de Adviento, 15 de diciembre 2024.